Català
Erase una vez, hace mucho tiempo, vivían en un pequeño
pueblecito portugués un matrimonio muy unido que esperaba el nacimiento de su
primera hija. Teodoro era leñador y trabajaba todo el día fuera de casa
buscando leños para distribuir por todo el pueblo. No le gustaba mucho su
trabajo pero como de jovencito no puedo estudiar, no tuvo más remedio que
dedicarse a ello para poder ayudar a sus padres a mantener a sus siete
hermanos. Adelaida su mujer se dedicaba con mucha devoción a realizar las
labores de casa y hacía algunos trabajos como costurera. Era un matrimonio
pobre pero estaban muy contentos y disfrutaban todo lo que podían de su tiempo
juntos.
Desafortunadamente,
Adelaida tuvo algunos problemas durante el parto y cuando dio a luz a su pequeña Fátima a los
pocos días murió debido a una infección.
A partir
de aquel momento, Teodoro cambió. Ya no era el muchacho vital, enérgico y
valeroso que había sido. Ahora sin Adelaida se sentía vacio y con mucha pena en
su corazón pese a la presencia de Fátima, a la que cuidaba tan bien como le era
posible.
Fátima
creció al lado de su padre y en muchas ocasiones acudía al bosque a ayudarlo
con la faena de transportar leña y distribuirla por el poblado. Nunca hablaban
de su madre a pesar de que Fátima en muchas ocasiones le había preguntado por
ella.
Al cabo
de un tiempo, la pequeña Fátima enfermó. Los diferentes médicos a
los que acudió Teodoro no lo ofrecieron muchas posibilidades de que la pequeña
pudiera sobrevivir.
Teodoro
en aquel momento lloró desconsolado viendo que se volvía a repetir la misma
historia que con Adelaida. Pero esta vez, ya era demasiado. No podría soportar
la pérdida también de su pequeña Fátima.
Así que tras recibir la noticia se dirigió al borde de un rio y comenzó a llorar y llorar desconsolado, viendo que la suerte no le acompañaba. Su corazón estaba lleno de rabia y resentimiento por la vida. Pensaba que nada valía la pena y que Fátima no se recuperaría nunca de su enfermedad.
Así que tras recibir la noticia se dirigió al borde de un rio y comenzó a llorar y llorar desconsolado, viendo que la suerte no le acompañaba. Su corazón estaba lleno de rabia y resentimiento por la vida. Pensaba que nada valía la pena y que Fátima no se recuperaría nunca de su enfermedad.
En aquel
momento se le apareció un anciano acompañado de un gran bastón y se sentó a su
lado.
-
Hola, Teodoro- dijo el
anciano.
-
Hola- contestó Teodoro.
¿Cómo sabe mi nombre? – preguntó asombrado Teodoro ya que no recordaba haber
visto anteriormente al anciano.
-
Pues verás, yo lo sé todo-
dijo el anciano tocándose su una y otra vez su larga barba blanca.
-
He sentido que tu hija
Fátima ha caído enferma- dijo el sabio.
-
Así es- contestó Teodoro.
-
¿Y qué piensas hacer al
respecto? – dijo el anciano.
-
Pues nada. No espero ya
nada de la vida. Todo me ha salido muy mal. Yo estaba muy feliz con mi esposa y
mira ahora en la situación en que me encuentro. Para que voy a seguir luchando.
Mi vida ya no tiene sentido. Me iré lejos de aquí para que nadie me encuentre-
dijo furioso y a la vez triste Teodoro.
-
Creo que todavía puedes
hacer algo por tu hija- dijo el anciano. No creo que debas desanimarte tan
pronto. Quizás la pérdida de tu mujer estaba escrita pero eso no significa que
a Fátima también le ocurra lo mismo. ¿No crees?- dijo el anciano.
-
Quizás yo pueda ayudarla a
que se recupere pero necesito una cosa de ti- dijo el anciano.
-
¡Ah sí! Dime. Estoy
dispuesto a hacer lo que sea por mi pequeña. – exclamó sobresaltado Teodoro.
-
Bien. Te explicaré un
secreto. Conozco un ungüento que puede sanar a Fátima pero los ingredientes son
muy difíciles de conseguir- dijo el anciano.
-
Para crear el ungüento
deberás conseguir encontrar el trébol de la verdad en el jardín encantado de
las almas perdidas, la pluma del halcón que se encuentra en la cima de la
montaña de la tempestad y la piedra roja que hallarás en la cueva del
dinosaurio. Con estos tres ingredientes formarás una masa que aplicarás cada
día y cada noche por el pecho de tu pequeña. A la semana podrás comprobar cómo
mejora notablemente- continuó explicando el anciano ante la mirada sorprendida
de Teodoro.
-
No creo que pueda
conseguirlo- dijo Teodoro. No seré capaz de hacerlo. Además no sé ni por dónde
empezar a buscar- dijo muy desalentado Teodoro.
-
Pues entonces no lograrás
sanar a tu pequeña- dijo el anciano.
Y dicho
esto desapareció tan rápido como había llegado.
Cuando
Teodoro se dio cuenta de lo que había dicho, intentó volver a buscar al
anciano, pero ya no lo encontró.
Con mucha
pena en su corazón se marchó a casa donde le esperaba Fátima con los bracitos abiertos.
-
Hola Papá, ya has vuelto a
casa. Es muy temprano hoy- dijo la niña sonriéndole y acariciándole la manita.
-
Hola Fátima. He de partir
unos días. Pero no te preocupes, una de tus primas vendrá a estar contigo unos
días mientras yo esté ausente- dijo Teodoro.
-
¿Y a dónde vas Papá?-
preguntó asombrada la niña sabiendo que su padre nunca había estado más de un
día fuera de casa.
-
Voy a hacer unas compras
fuera del pueblo. Necesito comprar nuevos
instrumentos para poder talar mejor los árboles y recoger más fácilmente
la leña- mintió Teodoro.
Al día siguiente partió sin más demora a buscar los tres
ingredientes que el anciano le había dicho para poder hacer el ungüento.
Mientras caminaba y recordaba las palabras del anciano,
pensaba que quizás no era ningún sabio, posiblemente era un farsante y quizás lo que le había dicho no era cierto
y que cuando le aplicara el ungüento a
Fátima comprobaría la falsedad de sus palabras ya que ella no se recuperaría
jamás.
El primer sitio adonde iría sería al jardín encantado de
las almas perdidas. Allí debería hallar el trébol de la verdad.
Caminó y caminó sin descanso por diferentes valles y
montañas con la única brújula de su intuición. No sabía ciertamente el caminó
pero se dejó guiar por las estrellas y por la esperanza de su corazón.
De repente llegó hasta un frondoso bosque. Miles y miles
de árboles hacían del bosque un espacio muy lúgubre y oscuro al que Teodoro
tuvo miedo de adentrarse.
Pero muy decidido se abrió paso entre la maleza y
recorrió un largo camino acompañado de multitud de voces y susurros que le
hablaban al odio.
Miles de almas perdidas comenzaron a susurrarle extrañas
palabras al oído y a base de oraciones hipnóticas comenzaron a envenenar su valor con la sensación de un
miedo atroz. El miedo comenzó a invadirle y tuvo deseos de salir corriendo.
Estas almas eran seres oscuros que habitaban en el bosque y tenían como misión
no dejar pasar a ningún extranjero ya eran los encargados de proteger al trébol
de la verdad. No podían permitir que ciertas personas se apoderaran de él y
realizaran un uso indebido.
Teodoro tembló de pánico y estuvo a punto de rendirse
ante el poder de dominación que las almas cernían sobre él. De repente sintió
que en su interior resonaba la voz de su amada Adelaida. Y le decía:
-
Teodoro. Lucha. Tú puedes
hacerlo.
La frase de Adelaida resonaba una y otra vez en su
interior y el amor con que fueron dichas hizo que Teodoro pudiera salir de su
estado hipnótico. Teodoro comenzó a recordar
el cariño con que Adelaida le había cuidado y amado durante el tiempo
que estuvieron juntos y esto le hizo armarse de valor .Las almas ante la
inmensidad del amor que Teodoro despedía por el recuerdo de Adelaida, huyeron
despavoridas en la búsqueda de otro ser más fácil de poder controlar y dominar.
Se dieron cuenta que Teodoro era un ser valiente y decidido interiormente y que
el amor de su corazón era verdadero. Así que decidieron marcharse y permitir
que Teodoro pudiera acceder al trébol de la verdad.
Teodoro cuando las
almas se hubieron marchado, se sentó en una roca y se dio cuenta de que durante
todo este tiempo no había querido recordar a Adelaida, ya que su recuerdo le
ponía muy triste. Pero ahora se había dado cuenta que el recordarla y volver
amar su recuerdo, le había hecho bien. Quizás nunca debió enterrar en su
corazón el gran amor que había sentido por ella y olvidarlo de aquella manera.
Esto solo le había causado más sufrimiento.
Más contento y animado partió en seguida en busca del
trébol de la verdad. Enseguida lo halló en el interior de un gran jardín
rodeado de rosas de diferentes colores.
Muy delicadamente lo recogió del suelo, dando gracias a
Adelaida por haberlo ayudado a encontrarlo.
Esa noche Teodoro descansó más plácidamente que nunca.
Deseaba poder regresar a casa junto con Fátima para poder explicarle
detenidamente cómo era su madre y lo bien que se lo habían pasado juntos. Había
hecho mal en haberle ocultado durante
tanto tiempo esa información a su pequeña. Pero ahora estaba a tiempo de poder
remediarlo.
Al día siguiente partió en busca de su segundo
ingrediente. La pluma del halcón que se encontraba en la gran montaña de las
tempestades.
No era fácil poder alcanzarla. Tenía que subir por un
extenso precipicio para poder llegar al nido del gran halcón. Una vez que
estuviera allí, tendría que arrancarle una de sus plumas sin caerse y
sin que el halcón se diera cuenta de su presencia.
Con gran esfuerzo subió y subió por la montaña hasta
llegar a la cima.
Una vez que estuvo allí se escondió al lado de unos
pequeños huevos de halcón que estaban próximos a nacer. Junto con ellos se
abrigó con las hojas y hierbas que conformaban el nido a esperar a que la madre
halcón regresara y poderle coger alguna de sus plumas.
Mientras estaba en
el nido y miraba las crías de halcón
próximas a nacer, recordó el nacimiento de Fátima y las ilusiones con las que
había celebrado su nacimiento. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por
la aparición del gran halcón que abría y cerraba sus alas dispuesto a aterrizar
en el nido.
En aquel momento Teodoro comprobó la grandeza del gran
halcón pero aun así, de una manera rápida y ágil , se enganchó a
una de sus plumas y consiguió hacerse con una de ellas. Una vez que la tuvo en
sus manos se dispuso a descender montaña abajo pero de repente comenzó a soplar
un viento atroz y una gran tempestad hizo su aparición en lo alto de la
montaña. Teodoro no pudo resistir más y cedió ante la fuerza del viento,
cayendo al vacio. Gracias a la fortaleza
que había adquirido durante sus labores como leñador, pudo aferrarse a unas
rocas donde esperaría a que la tormenta finalizase. La situación en la que se
encontraba Teodoro era alarmante. Si la roca que le sujetaba se desprendía
caería inexorablemente al fondo del precipicio.
Teodoro se aferraba
con fuerza a la roca pero parecía que tormenta no estaba dispuesta a
marcharse. Teodoro tuvo ganas de llorar y recordó el llanto que le había
provocado el enterarse de que su pequeña Fátima había caído enferma. Pero en aquel
instante y de una manera casi intuitiva, en vez de llorar, comenzó a orar y a
pedir a Dios que la tormenta cediera, que le permitiera poder seguir avanzando
en su camino en busca del ungüento para curar a su pequeña. Y de repente, y
como por arte de magia, la tormenta comenzó a amainar y dejó paso a un día
soleado y brillante, como nunca antes había aparecido en las montañas de las
tempestades. Y con él, un hermoso arcoíris apareció cruzando todo el pequeño
pueblo portugués.
Teodoro entonces pudo bajar cuidadosamente de las
montañas y continuar su camino. Mientras caminaba se dio cuenta de que hacía
mucho tiempo que había olvidado pedir y orar a Dios. Ahora su corazón estaba
mucho más tranquilo y sereno, tenía la esperanza de que una nueva oportunidad podía
manifestarse en su vida.
Con la pluma y el trébol de la verdad Teodoro siguió su
camino. Estaba muy orgulloso de sí mismo por haber podido conseguir los dos
ingredientes y por todo lo que había aprendido durante su búsqueda. Ahora solo le hacía falta el
tercero.
En seguida encontró la gruta que albergaba la piedra
roja. Pensaba en qué nuevo desafío se encontraría en esta ocasión.
Cuando llegó a la entrada de la gruta comprobó que estaba
protegida por una pareja de dinosaurios y un bebé dinosaurio que estaba
recostado en su pequeño nido. Teodoro se fijó en que el nido estaba formado por
rocas y piedras de color rojo y supuso que serían estas las rocas a las que
tendría que dar alcance.
Así que se puso manos a la obra y muy despacio se adentró
en la gruta. Permaneció quieto observando a la pareja de dinosaurios como
cuidaban a su pequeño bebe que parecía no moverse. Los dinosaurios no hacían
más que dar vueltas alrededor del pequeño.
-
Quizás esté enfermo- pensó
para sí mismo Teodoro. Y con este pensamiento volvió a recordar a Fátima ahora
más convencido de que el ungüento podría curarla.
Teodoro se acercó más al nido y comprobó que el
dinosaurio tenía una pata rota.
-
Seguramente por esta razón
no puede caminar- siguió pensando Teodoro.
Y sin pensárselo dos veces se dirigió hacia los
dinosaurios con un par de tablillas en la mano. Los dos dinosaurios, viendo que
Teodoro llevaba consigo el trébol de la verdad y la pluma del halcón,
sorprendentemente le dejaron acercarse a su pequeño. Los dinosaurios internamente
esperaban que Teodoro pudiera curar a su bebé.
Teodoro muy cuidadosamente, realizó en la patita del
dinosaurio, un vendaje y dispuso las tablillas de tal manera que permitieran
al dinosaurio poder moverse mientras su
patita sanase.
En seguida el
dinosaurio se pudo levantar y comenzó a caminar ante la mirada de
asombro y admiración de los papás dinosaurios.
En señal de agradecimiento, los dinosaurios dejaron que
Teodoro se llevase una de las piedras rojas que formaban parte del nido del
pequeño dinosaurio.
Teodoro partió muy
contento ahora que ya tenía los tres ingredientes en su mano. Solo faltaba
llegar a casa y poder fabricar el ungüento que el anciano le había aconsejado
realizar.
Teodoro realizó el camino de vuelta casi sin parar a
descansar, quería llegar lo más rápidamente posible para poder curar a Fátima.
Mientras recorría el camino de vuelta, se dio cuenta de
que se hacía más liviano cuando se tenía un propósito que alcanzar, cuando su
vida tenía algún sentido superior que le hacía seguir adelante y por el cual
luchar. Se dio cuenta de que ahora caminaba con ilusión, una ilusión que había
vuelto a recobrar. Teodoro recorría los bosques y praderas con una velocidad
que hasta los mismos pajarillos se quedaban asombrados cuando lo veían
aparecer.
Durante su camino agradecía una y otra vez la presencia
de los árboles, las montañas, los pájaros, el cielo y las estrellas que habían
estado siempre apoyándolo durante todo su recorrido y daba gracias a Dios por
haberle permitido disfrutar de las maravillas de su creación.
De esta manera Teodoro llegó rápidamente a su hogar. En
él le esperaba Fátima despierta acurrucada en su gran sofá.
-
Pero Fátima ¿qué haces
despierta todavía a estas horas?- dijo Teodoro acariciando el pelo de Fátima.
-
Es que tengo que darte una
noticia .Tenía muchas ganas de contarte que el médico vino ayer a visitarme y
me dijo que ya estaba curada. – dijo Fátima con una gran sonrisa en su cara.
-
¡Pero no puede ser! ¿No me
digas que es cierto eso? – dijo Teodoro ahora con lágrimas en los ojos pero de
pura alegría por la noticia recibida.
-
Si. Es cierto- dijo su
prima que permanecía al lado de Fátima.
Y juntos
los tres durmieron más tranquilos que nunca con la felicidad de ver a la
pequeña totalmente recuperada.
Al día
siguiente Teodoro fue en busca del anciano que días atrás había encontrado en
la orilla del rio, para explicarle lo
que había ocurrido. Quería explicarle que tenía los tres ingredientes del
ungüento pero que no había hecho falta aplicárselos a Fátima, ya que
milagrosamente se había curado. Quería también podérselos ofrecer a alguien que
los necesitara, alguien que como Fátima estuviera enfermo para podérselos
aplicar.
De
repente el gran anciano hizo su aparición.
-
Hola anciano. He venido en
tu busca porque quiero explicarte que...
-
No sigas apreciado
Teodoro. Lo sé todo. Y me alegro mucho de que Fátima se haya sanado- dijo el
anciano.
-
Me gustaría poder dárselos
a alguien que como Fátima los pueda necesitar- continuó explicando Teodoro.
-
Querido Teodoro, creo que
todavía no te has dado cuenta que lo que de
verdad a curado a Fátima ha sido tu fe en que era posible. La valentía y
la perseverancia que has demostrado
recorriendo el camino. Lo que verdaderamente sana un corazón enfermo es
la fe y el agradecimiento ante Dios y ante las maravillas de su creación. Y eso
es lo que tú has demostrado y te felicito por ello. Esos ingredientes por si
solos no sanarán. Es necesario recorrer individualmente el camino y aprender estas cosas por uno mismo- explicó el
anciano a Teodoro.
Y dicho esto desapareció sin dejar señal ni rastro alguno.
Y así fue
como Fátima recobró su salud.
A partir de ese momento Fátima y Teodoro
disfrutaban cada día juntos como si fuera el último. Iban a cortar leña
contentos y felices por poder hacerlo. Todo el pueblo portugués celebró unido
la recuperación de Fátima y desde entonces celebran cada año una gran fiesta en
honor a ella y a su padre Teodoro.
Y es por
esta razón que actualmente muchos peregrinos recorren el camino Portugués que
realizó Teodoro, con la esperanza de poder sanar sus corazones mediante la
recuperación de la fe y de las ilusiones perdidas.
Y
colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Mónica
Zambrano. Los Wikicuentos multiculturales.
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